30.10.04

Despertarse en sábado

Llega el viernes por la noche, uno se va a la cama con la idea feliz de que al día siguiente va a dormir hasta que las sábanas se deshilachen, pero llega el sábado por la mañana y el jodido reloj biológico te hace despertarte a las ocho (eso como muy tarde), y ya no hay manera de volver a pillar el sueño.

Por fortuna siempre queda poner el despertador a la hora habitual para pegarse el gustazo (pseudo masoquista) de poder apagarlo mientras se piensa: "hoy sigo durmiendo, ¡qué gustazo!". Lástima que a los diez minutos ya tenga los ojos como platos pensando en lo saludable que es madrugar (nos estamos haciendo viejos).

29.10.04

Traeros sillas

"Traeros sillas", se escuchaba al comienzo de la reunión/mitin del jefazo que han convocado hoy en la empresa.

Lástima que no hubiera sitio para tanto aforo y me han tocado 90 minutos de gallinero, como un machote de pie (como la mitad de los asistentes) haciendo el gilipollas pues hasta el final ¡HABÍA UNA SILLA LIBRE!

¿Qué será peor? ¿El dolor de espalda estando aún convaleciente del partido de ayer? ¿El calor que se ha pasado porque hay una magnífico aire acondicionado que se ceba con la persona que tiene al lado (seguro que ya con pulmonía) pero no se digna a moverse ni un centímetro más? ¿O la sensación de estupidez al haber estado viendo todo el rato esa silla libre sin cruzar delante de las narices de todo el mundo que la rodeaba para sentarme en ella?

El deporte perjudica la salud

Después de salir de un catarro (más bien en el eteeeerno proceso de salida que dura un número incontable de semanas) ayer tuve la ocasión de remotar mi actividad deportiva.

Hay que reconocer los beneficios innegables de una actividad deportiva sosegada (como la avidez con la que se devora la comida ese día, sin ningún cargo de conciencia por ponernos ciegos), sin embargo las actividades grupales tienden a una competitividad que lleva a un empeoramiento notable de nuestra salud.

Llegué feliz al campo de cesped artificial luciendo mi indumentaria de portero (todo orgulloso lucía yo mis guantes de estreno de 8 euros en el Carrefur), cuando el colega que me llamó me dijo: "Ya tenemos portero, así que hoy juegas"... ¡Horror! ¡Espanto! hora y media de futbol siete corriendo (es un decir) la banda izquierda, a la vez que soportando la presión de los compañeros gritando: ¡Hay que bajar a defender! ¡Llega a ese balón! ¡A ver si corremos más!

Cuando en el colegio hacía baloncesto tuve un entrenador que gritaba constantemente: "Que nadie pare hasta que saque el hígado por la boca"... ayer me acordé de él cuando en pleno ataque de tos e inicio de mareo provocado por la asfixia sentí una masa viscosa en mi boca: el hígado. Bueno, aunque no fuera así yo me convencí de ello y paré.

Pero claro, aparte de eso, del dolor de espalda debido a la inactividad de varias semanas, de los callos y de la uña del dedo gordo del pie que otra vez está cascada, no podía abandonar el escenario (del crimen a esas alturas) pues debaja colgado a mi equipo con el riesgo de que no contaran conmigo para futuros eventos, con el decaimiento en mi exiguo contacto con la sociedad.

Ahora con el resuello otra vez recuperado espero la próxima llamada para un acto deportivo, y que en esa ocasión lo perjuducial que de por sí es el deporte no se convierta en algo heróico como aconteció anoche.

28.10.04

La mano libre

 
Si el estrés es uno de los grandes males de la sociedad la teoría que ahora planteo ayudará a la mejora de la calidad de vida de un forma rotunda e indiscutible.

Y es que el estrés que se nos acumula no es el causado por el trabajo, o incluso por la familia, pues esos son los grandes estreses que luego liberamos con unas vacaciones (a veces forzosas, eso sí) o un rato de ocio.

El problemático es el estrés autoinflingido en las pequeñas cosas del día. Planteo la siguiente situación: uno llega a casa después de hacer la compra, preguntándose de qué material estará hecho el plástico de las bolsas que es capaz de soportar varios quintales de suministros, bolsas que además tienen el empeño de demostrarnos que ni el diseño ni el color de los dedos de nuestras manos son acordes para semejantes tareas.

En esas estamos cuando frente a la puerta del ascensor tenemos que pulsar el botón para llamarlo, momento en que se realizan toda clase de malabarismos a la par que demostraciones de lo hermosos que están nuestros biceps con tal de conseguir arañar el pulsador con el dedo pulgar.

Llega el ascensor y en otro ejercicio de contorsionismo abrimos la puerta con un dedo mientras la sujetamos con el pie, intentando escurrir nuestro cuerpo hacia adentro con mayor celeridad que la que imprime el peso de la puerta al cerrarse.

A continuación repetición del número del pulsador (máxime si hay que subir más allá de la segunda planta), apertura de la puerta con la espalda y momento de máxima dificultad: atinar con la llave en la cerradura.


Planteo a continuación otro caso: Se finaliza la comida y se empieza a recoger la vajilla, cargas al máximo (un plato en cada mano más la botella de agua en el sobaco, uno no da para más), luego se suelta la botella para a continuación abrir el cubo de basura e intentar tirar toda la porquería, que inevitablemente cae en el hueco entre la bolsa y el cubo, o rueda y rueda por la montaña de residuos que se acumulan.


Y como estos podemos encontrar muchos casos de estrés cotidiano que se solucionan aplicando una máxima: "Dejar siempre una mano libre". Es increible comprobar lo útil que es el uso de las dos manos cuando éstas actúan de forma cooperativa (una ayuda a la otra) y no competitiva (las dos realizando la misma tarea, a ver cuál es más chula).

La máxima "Dejar siempre una mano libre" tiene una excepción: el transporte puro y duro de material. En el momento que haya que realizar otro movimiento (abrir una puerta, pulsar un botón, tirar los restos de comida...) una de nuestras manos debe estar libre para comprobar, con la mayor de las sorpresas, lo sencillas que resultan estas tareas.

"Dejar siempre una mano libre" aumenta nuestro nivel de relax y confort, evita estrés cotidiano a la par que previene lesiones debidas a contorsionismos para los que estamos poco entrenados.

Eso sí, con la fuerza de la costumbre tenderemos a ocupar ambas manos por lo que nuestro principio deberá estar presente constantemente: "Dejar siempre una mano libre".


He dicho.

Llego tarde

A estas alturas un weblog... definitivamente soy un ser de una originalidad insultante.

Y es que llegar tarde al carro de cualquier invento tecnológico es una de las especialidades de la casa que no hago constar en mi cv. Pero ya voy pensando que eso de ser los primeros supone demasiadas complicaciones, asumiré la tranquilidad de los rezagados a los que no les esperan premios, pero tampoco grandes responsabilidades.

Y así seguiré llegando tarde a las citas en las que el reloj no marca el tiempo... a fin de cuentas para montarse paranoias tampoco hace falta ir deprisa.

Este es el principio, soltaré la cursilada de: "Querido diario...".