Volvíamos del trabajo soportando el atasco habitual, hasta que un momento dado recibo una petición difícil de rechazar: "Dáme un beso", me pidió mi mujer.
Dado que yo iba conduciendo y, en ese momento, había metido primera le dije: "En cuanto se vuelva a parar el atasco".
Y el atasco avanzaba, avanzaba... y no paró, y llegamos a casa, y la petición fue convenientemente atendida con honores.
La verdad es que si no hay prisa los atascos tienen un montón de ventajas: se escucha música, se medita y reflexiona, uno se puede relajar... pero sobre todo es un gran momento para disfrutar de buena charla y compañía.
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