Llego a casa a las dos mil y pillo a Ulises en su baño nocturno. Me acerco a él y casi antes de que pueda saludarle empieza a contarme su día.
De su boca salen un conjunto de sonidos que, aunque llegue de forma ininteligible a mi cerebro, suenan perfectamente coherentes. Pone cara seria, agita sus manos y le miro atentamente. Por un momento esboza una sonrisa y yo maldigo no poder entenderle.
Esbozo algún palabra para reforzar lo interesante de su discurso y chapotea en el agua mientras sigue hablando.
Finalmente acaba y seguimos con la rutina de su baño y de su biberón, tras el cual cae rendido, pues en un día en el que han acontecido tantas cosas la energía ya escasea a esas horas.
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