26.5.05

Recuerdo al señor Boyero

Al recordarlo tras el paso de los años su nombre me resulta algo particular, pero la primera vez que vi al Sr. Boyero me infundió un tremendo respeto y algo de temor, similar al provocado por Darth Vader pero sin pesadillas.

Tendría yo cuatro o cinco años y mis padres trabajan en un hotel de nueva construcción en una población costera. Ellos estaban empezando y yo a veces me escapaba de la guardería para ir a verlos. En una ocasión mi madre estaba con una máquina de facturación (nada de ordenadores, era algo parecido a una enorme caja registradora mecánica con manivela y todo) y al ver aparecer al director del hotel me escondió debajo de la mesa. Un señor muy alto, con un traje gris impecable, gafas de fina montura plateada y una lustrosa calva recriminó a mi madre que se llevara al niño al trabajo. Sin embargo su tono autoritario dejaba claro que sólo hacía su función de jefe, pero que realmente la cosa no era tan grave.

El director era el Sr. Boyero, y su foto lucía en lo más alto del cuadro directivo del hotel. Muchas veces me vio y aunque se pusiera serio con mi madre era muy amable conmigo, pero yo no podía reprimir un tremendo acojone cada vez que le veía.

Un buen día dejamos aquel lugar y tras varios años (quizás más de diez) volvimos de visita. El boom turístico había cambiado la zona y los hoteles habían florecido como champiñones, donde antes sólo se veía playa ahora había kilómetros de cemento.

Llegamos un viernes por la noche al apartotel donde íbamos a pasar el fin de semana, y al entrar vimos al conserje de noche. Era un señor mayor, vestido como cualquier jubilado que se niega a perder su autoestima, con unas gafas cuadradas de pasta marrón y con algunos pelos blancos que sobresalían de los lados de su prominente calva: era el Sr. Boyero.

Era un hombre optimista, ciertamente alegre, pero con poca energía. Algún grupo de ejecupijos agresivos que adquirieron la cadena de hoteles habían decidido que la experiencia no sirve para nada, y que quizás sea una lástima que los empleados no se mueran a los cuarenta. Algunos, como mi padre, salieron a tiempo y se buscaron las habichuelas en otras partes. Otros, como el señor Boyero, decidieron aguantar los años que les quedaban para jubilarse de la forma más digna posible. El mundo laboral es así de cabrón.

No sé si el Sr. Boyero seguirá vivo o no, pero sea como fuere siempre le recordaré con mucho respeto, sin importar si ocupa el sillón de director o la silla de conserje.

1 comentario:

Kaloni dijo...

Si que es jodida la historia si.
El Sr. Boyeo conservó, por lo menos, la dignidad. Y eso lo hace merecedor, de los mayores respetos, si cabe.
Un saludo y feliz finde.