Fuckowski publicó hace unos días una nueva historia, y eso me ha hecho recuperar mis paranoias sobre el software y en general el entorno profesional que me rodea.
Trascendiendo el hecho de la maldición divina que supone hacer las cosas por obligación uno intenta que su trabajo sea útil, que a alguien le sirva para algo más que para engordar los bolsillos mareando la perdiz.
Hay veces que se hacen programas para hospitales, para vender los billetes de autobús o para que funcionen los cajeros automáticos, cosas útiles aunque en el proceso de fabricación saquemos alguna tajada (de algo hay que comer).
Sin embargo cuando cualquiera se pone a hacer algo (así, en general) suele tener como objetivo terminarlo (aunque se disfrute por el camino). Sin embargo en el mundo del software dudo mucho que el objetivo sea terminar algo alguna vez.
Simplificando los proyectos se pueden clasificar en dos tipos:
* Desastres (la mayoría): Si el proyecto no es rentable suele no terminarse, sino que se abandona a veces en lamentable situación, nunca se cierra, más bien se entierra en el olvido tras haber sacado algo de dinero y a otra cosa mariposa,
* Los que (milagrosamente) funcionan: Si el proyecto sale bien se entabla relación con el cliente y se empiezan a vender ampliaciones, actualizaciones, soportes y demás zarandajas que hacen que el sistema crezca hasta que se convierta en un desastre.
De esta forma los proyectos software no se cierran nunca, se extinguen.
Lo cierto es que este funcionamiento no es ni más ni menos que un reflejo del sistema económico general, donde las deudas se pagan con más deudas hasta que o te arruinas o te mueres (si eres hábil negociando las deudas mucho tiempo puedes hacerlo hasta dignamente). Y mi pregunta es: ¿hay lugar para el que no se quiere endeudar sino pagar las cosas al contado?
Dicho de otra forma: ¿quién es más pobre, el que debe diez euros o el que debe diez millones?
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