25.9.06

Cosas que no se pueden explicar

Supongo que tengo que admitir que no soy un erudito del idioma, pero esta es una de esas ocasiones en las que me guestaría expresar un sentimiento y no soy capaz de hacerlo con palabras.

Este fin de semana nos hemos tomado una vacaciones. Por la duración (día y medio) se podrían tildar de mini vacaciones, pero por la intensidad con la que he vivido cada segundo han sido unas mega vacaciones.

Hace unas semanas mi madre me dijo que se iba a ir a su pueblo, aquel pueblo en el que viví el despertar de la adolescencia y al que hacía años que no iba. Ni corto ni perezoso acudí a Rumbo y me apunté a la fiesta, pues parte de la familia iban a pasar allí el fin de semana (una parte de diez hermanos, con mujeres e hijos, da para mucho jolgorio).

Son mil kilómetros para ir y mil para volver, avión y coche, pero fue llegar y comprobar porqué merece la pena.

Una de las sensaciones que no se describir es la de llegar a un sitio en el que no estás desde hace muchos años, pero que conoces como la palma de la mano, y donde cada rincón guarda al menos un recuerdo.

Encontrarse con una amplia familia divirtiéndose con las cosas cotidianas es otra sensación única, quizás habitual para personas que sean sociables en algo más que su apariencia, pero impagable para los que sólo intentamos mantener una fachada.

Impagable es escuchar el silencio, de día se escucha el rumor del viento, de noche sólo el de los pensamientos. Sin tráfico, apenas sin gente, sólo sonidos naturales.

La poca gente que uno se encuentra intenta mantener vivas sus raíces, una historia de prosperidad en otro tiempo, que ahora la mantienen apenas unos cientos de personas.

E inexplicable es la sensación de vacío que se queda cuando tengo que volver, con el único consuelo que la temperatura ambiente es más cálida por aquí.

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