7.9.06

Kenia y Seychelles - Aeropuertos (II)

Aterrizamos en Nairobi por la mañana, y el avión aparcó lejos de la terminal. Sin embargo no había autobuses (supongo que así funcionan las cosas por allí) así que nos dimos un paseito entre los aviones que estaban por allí aparcados hasta llegar a la terminal. Por cierto que de calor nada, más bien fresquito.

El control de pasaportes de Nairobi era leeento, tanto para entrar como para volver. Escaneaban la hoja de datos del pasaporte (avanzados estaban) y tenían varios ordenadores con pantalla plana por garita. En uno trabajaba el funcionario de turno, en otro (en el que no había nadie en ese momento) estaba el solitario de Windows.

Tras el periplo por Kenia volvimos a visitar el aeropuerto de Nairobi, con control de seguridad y rayos X para todas las maletas antes de hacer la facturación, de hecho la cola se hacía en la calle. Como nada pitó (supongo que era muy temprano para encender el detector de metales) nos pusimos a hacer cola. La agencia nos hizo llegar como tres horas antes, y desde luego que estaba justificado pues la lentitud de las colas era impresionante. Por fortuna el aeropuerto no es muy grande y, por tanto, secillo y rápido para llegar a la puerta de embarque, donde tuvimos que volver a pasar por otro arco de seguridad que sí pitó, así que repetimos cacheo sin pasarse (ni botas ni bultos sospechosos). Cabe destacar que la zona de embarque tenía un par de televisiores en los que estaba sintonizado ¡un canal de tele predicadores!

En el vuelo hacia Seychelles repetimos Kenya Airways, y no guardo ningún recuerdo de ese avión, así que seguro que también me dejé el pellejo de las rodillas.

A medida que llegábamos a Mahé la espectación crecía por las ventanillas, pues el paisaje es espectacular, y el aeropuerto, que está pegadito al mar (como todo allí, la verdad) tiene unas vistas impresionantes.

Bajados del avión nos dimos otro paseito entre los aviones, comprobando desde un primer momento que allí no se vivía con mucho estrés (varios maleteros sentados en una cinta esperando a que llegaran nuestras maletas, pues era el único avión que tenía algo de actividad). El paseo fue muy agradable por la vista y por la temperatura envidiable de la que gozan por allí.

Pasamos el control sanitario (muy muy riguroso) y un control de pasaportes que convertía a los de Nairobi en unos hachas de la eficiencia: aquí no había escáner, se picaban a mano los datos del pasaporte. Al final nos dieron un papelito con el número de inmigrante que luego tuve que usar para demostrar mi identidad en cualquier sitio (en el hotel, al alquilar coche, etc).

Por cierto que el control de pasaporte era selectivo, con cola para los nacionales y otra para los extrangeros. Pues bien, las colas de los extrangeros iban infinítamente más rápidas que las de los nacionales.

Recogimos nuestras bolsas (llegaron, llegaron) y cuando salimos de la zona de equipajes ¡estábamos en la calle! Este aeropuerto tiene la zona de facturación en la calle, pues la temperatura constante hace innecesarias las paredes. La verdad es que el efecto es bastante curioso y agradable.

Tras los escasísimos días en Seychelles (por más que se esté allí siempre sabe a poco) volvimos al aeropuerto. En esta ocasión tuvimos que facturar (en la calle) sin plastificar las bolsas, pues por allí no había nada más que los mostradores de facturación.

En la terminal internacional (y zona de embarque, pues está todo junto) había una tienda de las típicas de los aeropuertos y una joyería con joyas cuyo precio era superior ¡a los 5.000 euros! Supongo que será por si no te ha dado tiempo a cambiar el dinero suelto y te lo quieres gastar allí.

Tras el paseito entre los dos aviones que había en el aeropuerto subimos al de Air Seychelles. El avión tenía algunos años y no había televisores individuales ¡pero podías separar las rodillas del cuerpo! La verdad es que prefiero una vión así a los supermodernos en los que acabo jugando al tetris con mis piernas dad la distancia entre asientos.

Las azafatas se llevan el premio a la antipatía, pero la atención durante el vuelo fue bastante buena, pues las diez horas no se nos hicieron pesadas en absoluto (ponían películas, había música, te daban de comer un par de veces). Sobre todo destaco la revista de la compañía, que es una guía turística de primera.

Aterrizamos en París y, en teoría, sólo teníamos que sacar las tarjetas de embarque para Málaga, pues las maletas estaban facturadas directamente. Sin embargo el aeropurto Charles de Gaulle es un caos, quizás por grande o porque, simplemente, se organiza a su manera. Estuvimos haciendo cola en el primer mostrador que encontramos, que efectivamente emitía tarjetas de embarque, pero no para nuestro vuelo pues regresábamos con Air Europa.

La verdad es que el billete que nos vendieron es un jaleo, pues en teoría la compañía que lo vendió fue KLM, haciendo la ida con ellos y la vuelta con Air France, pero en ningún momento estuvimos en un avión de Air France.

El caso es que nos mandaron a la zona de check-in que está fuera de la terminal internacional, es decir, tuvimos que pasar control de pasaportes (ya no había nadie, así que fue muy rápido), luego la zona de recogida de equipajes y salir a la calle. Una vez orientados nos dirijimos a la zona de check-in y encontrar el mostrador de Air Europa. Al intentar sacar la tarjeta de embarque nos dijeron que todavía no daban las tarjetas de embarque de nuestro vuelo, así que tocó esperar unas horas.

Según la terminal en la que uno se encuentre en el Charles de Gaulle te encuentras más o menos tiendas. Lo cierto es que lo ideal sería que pudieras facturar y, esperando el embarque, hubiera una gran zona comercial (algo parecido a lo que tiene Madrid), pero había poca cosa. Por fortuna había una tienda de Virgin en la que ponían en pantalla grande King Kong, así que se podía pasar el rato distraido.

Llegada la hora de la facturación sacamos la tarjeta de embarque y nuevo control de seguridad. A pesar de que pasé el arco sin el cinturón, me pitó el detector de metales, así que me pidieron que me quitara las botas y las pasara por rayos X (en el útimo de los vuelos, no está mal).

En la zona de embarque no había tiendas, sólo un pequeño bar que no servía cafés (misterios de la vida) y un montón de prensa gratuita (en francés, por supuesto).

El avión de Air Europa destilaba vuelo barato por los cuatro costados. Por no darnos ni un vaso de agua nos ofrecieron (ya se podían haber estirado, pues íbamos cuatro gatos). La sobada que nos dimos en ese vuelo fue monumental, así que pasó rápido.

Aterrizamos en Málaga y recogimos las maletas en la zona de equipajes extracomunitarios, que además es donde se almacenan todos los equipajes extraviados, entre los que lucía una enorme funda metálica de lo que parecía una tabla de surf (anda, que no se habrá perdido porque era pequeño aquello).

El control de aduana se redujo a un "¿De donde vienen?", y como las Seychelles no deben estar entre las zonas peligrosas nos dejaron salir sin más.

Y finalmente ocurrió lo mejor que a uno le puede pasar en un aeropuerto, que haya alguien esperándote para recibirte.

No hay comentarios: