En el ámbito de las relaciones verbales entre las personas nos encontramos con casos en los que alguien cambia de registro lingüístico sin que exista ningún cambio en las circunstancias de ambos interlocutores.
De esta forma en el mundo laboral podemos hablar amistosamente con un compañero en la cafetería. Si este compañero es alguien con despacho y tenemos algo pendiente de hablar con él podemos llevar el café a su despacho, pero en el momento en que la mesa media entre los dos el discurso cambia: Fulano o Zutano pasan a ser "El Comité de Dirección", los sufridos curritos de otras empresas pasan a ser "El Cliente", y la última parida mental del de RRHH pasa a ser "Circular de Empresa".
Cuando hay cierta confianza este fenómeno sucede no sólo con los compañeros que tienen una etiqueta en el organigrama, sino con también con los que de verdad mandan: cuando charlas con ellos parece personas, pero en cuanto se sientan en su trono tienen un ataque de verborrea aguda.
Intento identificar las causas, pero suelo encontrar contraejemplos a los modelos que elaboro. Quizás se deba a que son varios los factores que influyen. Pero por encima de todos hay uno que apunta como la hipótesis más probable: la silla de cinco ruedas frente a la de cuatro patas.
Ambas sillas enfrentadas crean un flujo de energía que fluye desde la boca del poseedor de la de cinco ruedas hasta el mismo culo del que sufre las cuatro patas en silencio. Este hecho es incuestionable pues las palabras que se escuchan carecen de sentido, pues los oídos no son su destino.
La hipótesis se basa en que las ruedas actúan como emisoras y las patas como receptoras, incrementándose el flujo de energía de manera proporcional a la comodidad de la silla con ruedas y a la cutrez de la silla con patas. Además el flujo en el sentido inverso no funciona, nada de lo que se diga puede atravesar el escudo de las cinco ruedas, y mucho menos las palabras.
En ocasiones la corriente creada es tan potente que su influjo trasciende la silla, provocando un efecto similar al del anillo único, pues el poseedor del tesoro se sigue creyendo todopoderoso y omnipotente al recordar su valiosa posesión.
Dado que la verborrea no incrementa la capacidad intelectual del verborreador el flujo de energía se produce muchas veces sin mayores intenciones que las de lucir el palmito, produciéndose la paradoja que el que pretende mandar a tomar por culo a su interlocutor es precisamente al que más le están dando.
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1 comentario:
Si que suele ocurrir, si.
Un saludo.
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