16.12.05

Pasteis do Beleim (III)

Salimos hacia Lisboa a la hora a la que el cuerpo nos pidió, pero a los pocos kilómetros estábamos saliendo una hora antes. Menos mal del indicador de tráfico que tenía la hora portuguesa que si no ni nos enteramos que a pesar de estar tan cerquita hay una hora de diferencia.

Finalmente nuestro destino fue Sintra, pues aunque no pillara de paso se podía llegar fácil.

Lo más espectacualr del trayecto fue el puente sobre el río Tajo que hay a la entrada de Lisboa, varios kilómetros de largo y dos niveles, por arriba coches y por debajo trenes... espectacular.

Sintra tiene la curiosidad de contar con un centro histórico totalmente apartado (a varios kilómetros) del núcleo de la ciudad, así que un error en la ruta puede ser fatal.

Tras un par de vueltas para aparcar empezamos una ruta por los distintos palacios y castillos de la zona. Las visitas merecen la pena, pero lo mejor es que los palacios ¡tienen mobiliario!

Uno está acostumbrado a visitar habitaciones con una triste cama o un pequeño aparador, pero aquí las casas-museo estaban equipadas hasta el último detalle.

La subida al castillo resulta algo confusa, tal es así que algunos incautos la hacen a pie, sin embargo la oficina de turismo nos porporcionó un plano con el que conseguimos orientarnos.

Por cierto que inmediatamente nos dimos cuenta que el idioma no iba a ser problema pues en todos los establecimientos turísticos hablan o entienden español. Por contra el portugués leído más o menos se entiende, sin embargo el portugués hablado no hay quién lo entienda. Como curiosidad comentar que los carteles en los museos siempre empiezan con dos o tres palabra en castellano, pero cuando uno se entusiasma empiezan a manifestarse las diferencias hasta que uno opta por leer la traducción al inglés (tanto buscar palabras parecidas acaba agotando).

El castillo era similar al resto de castillos que hay en la península: mucho andar, algunas escaleras, algunas murallas y muchas ruinas. Sin embargo la vista de Sintra desde arriba y las vistas al océano merecen la pena, sobre todo los palacios.







La última visita fue el palacio más famoso de Sintra (mi documentación al respecto de los nombres es extensísima), en el que de nuevo destacaba el mobiliario de las habitaciones, aunque su caprichosa arquitectura no dejaba de ser curiosa.




Finalmente decidimos comer en este palacio, que tenía una cafetería atiborrada de gente (españoles principalmente, como en todas partes) y un restaurante en el que no había nadie. Total, que nos metimos en el restaurante que resultó ser normalito pero con cierto estilo, destacando que la cesta del pan tenía cinco tipos de panes: pan "cateto", bollitos blancos, piquitos cortos, piquitos largos y pan de barra.

Por la tarde nos aguardaba la parte más complicada del viaje: llegar al hotel en pleno centro de Lisboa.

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