24.10.06

Carrera urbana (y van dos)

Un par de días antes me hice el checklist, la noche anterior dejé todo preparado sobre la mesa, nada podía fallar.

Me levanté a la hora prevista e hice todos los preparatorios, y en el momento de salir fui a echar mano del pulsómetro y descubrí que a mí checklist le falta, al menos, un punto: Comprobar que el pulsómetro tiene pilas.

Ante lo inevitable de conseguir un pulsómetro el problema se transformó en conseguir un reloj, y no recordaba tener ninguno, así que todo dispuesto me llevé el móvil conmigo a la carrera.

El ambiente en el camino hacia la línea de salida volvía a ser magnífico, y además el día despertó magnífico en lo meteorológico. Un montón de personas con sus dorsales estaban dipuestas a pasar un rato de deporte. La línea de salida acumulaba mucha gente calentando, lo que es un agradable sensación para un deporte que suele ser tan solitario.

Por megafonía llamaron a salida y la gente se fue acumulando hasta que sonó un chupinazo que hizo que poco a poco la gente se fuera moviendo.

Este año el objetivo personal era bajar de 50 minutos, con lo que no pude disfrutar tanto de los participantes variopintos de cola de pelotón, sobre todo porque a lo largo del primer kilómetro mi atención se centraba en adelantar gente por los pocos huecos que había.

Dado que no tenía pulsómetro me iba guiando por mi propia respiración y las sensaciones en las piernas, pero hasta llegar al segundo kilómetro no pude constatar si el ritmo era bueno: lo clavé, diez minutos exactos para dos kilómetros. Eso hizo más liviano el trecho en que la calle picaba para arriba.

A esa altura adelanté a un hombre en silla de ruedas, que llevaba un ritmo envidiable.

Fui comprobando mis sensaciones, sufriendo las subidas y bajadas, pero disfrutando tanto de los compañeros de carrera como del público, que a medida que avanzaba la carrera se acumulaba a los lados de la calle y animaba con sus aplausos (aunque sean compartidos siempre se agradece un aplauso).

Alrededor del sexto kilómetro tuve una interesante experiencia erótica, pues finalizando una larga rampa adelanté a una chica que vestía de atleta (todo muy mini) y su respiración resoplaba más que la mía. Nos diferenciaba la cadencia, pues la mía llevaba el ritmo de las piernas con pausas de silencio, pero la suya era un jadeo constante. Fue estimulante a esas alturas tener un momento de relax, aunque las energías no dejaban levantar mucho la mirada para recrearse.

Los últimos dos kilómetros eran cuesta abajo, así que me permití acelerar el ritmo. Sin embaro el último kilómetro creo que ha sido el más largo de mi vida. Aunque había quién lo llevaba peor. A falta de dos kilómetros me adelantaron tres chicos, de los cuales dos tenáin indimentaria d eatletas y un tercero llevaba camiseta blanca y muchas mechas, el cuál no hacía más que preguntar: "¿falta mucho para la meta?". Yo seguí a mi ritmo y a falta de quinientos metros adelanté al mechas, que iba andando, con las manos en la cintura y diciendo: "¡qué dolor, qué dolor!".

Afronté la recta final sin gasolina, cosa que siempre pasa, pero las piernas funcionaron y llegué a la meta cumpliendo mi objetivo: 49 minutos.

Tras la línea de meta había varios puestos de espónsor que regalaban sus productos. Me bebí un té frío, un actimel y una botellita de agua. Intenté una nueva bebida con gas de Danone (o Nestlé, tampoco es que pudiera distinguir mucho), pero me resultó desagradable. El puesto que más éxito tenía era el de "Postres Montero", pues estaba justo después de la meta y regalaba natillas y mouse de chocolate, pero lo cierto es que en ese momento en lo que menos pensaba era en el chocolate (no sé cómo narices se pueden meter unas natillas tras una hora corriendo).

Y así acabó la experiencia por este año, de nuevo magnífica, así que ya he apuntado en mi agenda la cita para el año que viene.

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