No soy de los que padecen del riñón (sólo cuando recibo algún golpe de más haciendo deporte... aunque no sea de riesgo) pero hay una situación en el que la incontinencia se hace poco menos que insoportable: subir en ascensor.
¿Cuál será el misterio? Uno puede salir de la oficina tranquilamente, coger el coche, ir a hacer la compra, caminar con tranquilidad... pero por alguna extraña conexión, que trasciende las leyes de la física y de la química, la pulsación del botón de llamada del ascensor abre las compuertas de la vegiga y rara vez se puede reprimir un encogimiento abdominal con cruce de piernas.
En el proceso de ascensión se inicia un baile ritual por el que se dan saltitos, sin levantar los pies del suelo, mientras giramos 360 grados (giro que permite ver reflejado en el espejo nuestra cara de desesperación).
El recorrido del ascensor parece hacerse más largo, más por una apreciación subjetiva del momento de desesperación que de otra cosa. Sin embargo la apertura de la puerta siempre se enlentece dado que con la premura se tiende a empujar la puerta antes de que se abran las de protección, con el consiguiente bloqueo del mecanismo de seguridad.
Llave en mano se abre la puerta de casa, y en este momento el efecto de la mano libre toma su máximo grado de expresión pues soltamos inmediatamente todo el contenido de nuestras manos para batir el record mundial de velocidad en carrera con obstáculos.
Eso sí, ¡qué a gusto se queda uno!
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2 comentarios:
Estando estudiando, vevía en un octavo piso, y me pasaba exactamente lo mismo. Después de todo un día de hacer el melón por ahí, las ganas locas de mear, para cuando el ascensor, y ala! ocho pisos y con un ascensor viejo, que tarda una eternidad. Y eso, soltar todo por el suelo y sin esperar a cerrar la puerta de casa, corre que te pillo! al wc. Que cosas.
Muy bueno el blog. Salu2..
Ja,ja! ¡qué bueno cómo lo has contado! Sí, me ha pasado muchas veces, que parece que el ascensor no se mueve, y uno ya no sabe dónde meterse.
Saludos!
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